Introducción por Marciano Guerrero
Nathaniel Hawthorne (1804-1864)
Breve Biografía
Nathaniel Hawthorne (1804-1864)
Breve Biografía
El escritor estadounidense nació el 4 de julio 1804
en Salem, Massachusetts, en una familia de mucha distinción en la región desde
la época colonial. Su padre murió cuando él tenía cuatro años de edad, dejando
al niño al cuidado de parientes maternos. Más tarde asistió Bowdoin College,
donde conoció a figuras bien conocidas en círculos literarios y políticos de la
época: el escritor Horacio Bridge, futuro senador Jonathan Ciley, Henry
Wadsworth Longfellow, y el futuro Presidente Franklin Pierce.
Más tarde se hizo amigo de los mejores intelectuales
norteamericanos de la época, como Amos Bronson Alcott y su hija Louisa May
Alcott, Henry David Thoreau y Ralph Waldo Emerson, que también fue gran figura en
el movimiento trascendentalita.
A través de sus amigos influyentes se las arregló
para siempre encontrar empleo público.
Principales Obras
Principales Obras
En lugar de novelas Nathaniel Hawthorne cultiva ‘romances,’
que permite al escritor una suspensión de la duda más amplia y de más libertad
que las novelas; estos romance rayan en fantasías y sueños, y se puede decir
que las narraciones como La letra escarlata
y La casa de los siete tejados sí
contienen elementos del realismo mágico. En particular, la escena final de La casa de los siete tejados en la que
el tío Venner pareció escuchar un trozo de música que le hizo creer que Alice
Pyncheon... se despedía con un toque de alegría del espíritu sobre su
clavicordio mientras flotaba en el cielo la Casa de los Siete Tejados. Esta
escena es una reminiscencia de la fabulosa escena de Gabriel García Márquez en
la que Remedios, la bella, un personaje de Cien
años de soledad asciende al cielo en medio de un aleteo de sabanas.
Cuentos de Nathaniel Hawthorne incluyen “La hija de
Rappaccini,” “Mi pariente, el mayor Molineux” ( 1832), “Entierro de Roger
Malvin” ( 1832), “Young Goodman Brown” (1835 ), y la colección “Cuentos dos
veces contados.”
Acerca de "Una Fiesta Selecta"
Acerca de "Una Fiesta Selecta"
En el cuento “Una Fiesta Selecta,” Hawthorne intenta vestir
a las virtudes y maldades con un significado simbólico, tanto como lo hizo el poeta
isabelino Edmund Spencer en su poema épico “La Reina de las Hadas.” La
disparidad entre las dos obras consta en que Hawthorne cuenta su historia con cierta
irreverencia y desfachatez; en este cuento nada serio se puede encontrar que
llegue a la altura de la gravedad de una epopeya.
Spencer, por ejemplo, es muy serio en su intención —con
sus dos caballeros, Redcrosse y Britomart— en el examen de las dos virtudes que
considera más importante para la vida cristiana: la santidad y castidad.
El enfoque de Hawthorne a su tema —una fiesta a la
que asisten los mitos humanos, leyendas, y un surtido inventario de caracteres
mundanos — es algo liviano, alegre, irónico—y hasta inadvertidamente cómico.
El Fabulista es el anfitrión y coordinador de tal
fiesta de fantasía. Pero ¿quién es este personaje? Es por ventura el alter ego del autor? Uno sólo puede
suponerlo.
El narrador toma su dulce tiempito en la descripción
de una mansión que —con suspensión total de la incredulidad— se cuelga en el
espacio infinito y en el reino sin lugar. Sin embargo, tal aposento tiene el
aspecto de un castillo medieval; es decir, grandes paredes, estructuras masivas,
etc. También se llega a saber que la mansión es una arquitectura celestial con
enormes pilares de la que se suspenden meteoros.
En este espacio y contexto vemos la lenta y dolorosa
interacción de los personajes simbólicos.
Escritores como Rebeláis, Cervantes, Borges y engañan
a sus lectores mediante la técnica de bombardear páginas con largas
enumeraciones caóticas. Hawthorne utiliza tal truco, tal vez en demasía; por
ejemplo, la enumeración de los huéspedes: El habitante antiguo (demasiado
agotado, se le ofrece una silla para descansar después de un viaje entre las
nubes), Monsieur On- Dit, el Secretario del tiempo, el Judío Errante, una mujer
deforme vieja y negra, y muchas otras criaturas de la imaginación. La más
notable fue un patriota incorruptible, un erudito sin pedantería, un sacerdote
sin ambición mundana, y una mujer hermosa sin orgullo o coquetería, una pareja
casada cuya vida nunca tuvo sido perturbado por la incongruencia de los
sentimientos, un reformador sin trabas en su teoría, y un poeta que no sentía
celos hacia otros devotos de la lira.
Hacia la mitad de la fiesta, el narrador se apiada de
sus lectores y pasa el dato de dónde sacó su inspiración, diciéndole a sus
lectores —por medio de otra enumeración— que él está tratando de añadir lo que
otros escritores habían quedado sin decir:
Para tomar casos familiares,
aquí estaban los cuentos inéditos de los Cuentos
de los Peregrinos de Canterbury de Chaucer, los cantos no escritas de La Reina de las hadas, la conclusión de Christabel de Coleridge, y el conjunto de
la épica proyectado de Dryden sobre el tema del rey Arturo. Los estantes estaban
llenos, porque no sería demasiado afirmar que cada autor ha imaginado y formado
en su pensamiento más y mucho mejor obras que las que en realidad proceden de su
pluma. Y aquí mismo, en las concepciones no realizadas de los poetas jóvenes que
murieron por la fuerza misma de su propio genio antes el mundo hubiera alcanzado
un inspirado soplo de sus labios.
Esta Fiesta Selecta, de gala, y exclusiva, termina en
la confusión y el caos y en medio de una tormenta en el espacio infinito. Los
huéspedes se esparcen. Nunca sabremos quien llegó a casa (a la Tierra) o quien
no—o en el caso de El Hombre en la Luna, si consiguió regresar a la luna o no.
En la oración que cierra el relato, leemos: “La gente debería pensar en estas cuestiones antes de confiarse en los placeres
de una fiesta convenida en el reino sin lugar.”
De hecho, fue una fiesta, una imaginaria y triste
parodia con pretensiones de universalidad.
El Hombre Fabulista celebró
una fiesta en uno de sus castillos en el aire, e invitó a un selecto número de distinguidos
personajes que le favorecieron con su presencia.
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